Son esos momentos decisivos y se me viene a la cabeza el comienzo e idea de Woody Allen en, la excelente película, Match point. En un punto de match point en un partido de tenis la pelota, filmada en cámara lenta, pega en la red, se eleva y una voz en off relata sobre como cambia las cosas el final de esta acción. Si la pelota pasa y cae al otro lado se gana el partido. La gloria, los flashes, los laureles y la eternidad. Si la pelota queda de este lado se pierde el partido. La tristeza, las lagrimas, el recuerdo de lo que pudo haber sido, y en particular en Argentina, el camino a Devoto. Woody hace su punto en torno a lo decisivo que resulta el azar en estas situaciones usando lo deportivo como una metáfora de las situaciones de la vida.
Me gusta creer que cuando esas situaciones la ejecutan los que saben, los mejores, los héroes, el azar juega un papel menos relevante. El azar se transforma de esta manera en una condición necesaria pero no suficiente. Aquel 15 de Agosto de 2004 tuvimos suerte en la bola final pero la ejecutó el mejor argentino. Un tal Manu Ginobili.
Todavía quedaba el amargo recuerdo del injusto final de Indianápolis 2002. Argentina jugaba la final contra Yugoslavia en el mismo Mundial en donde le propino un cachetazo a Estados Unidos. El arbitro griego Nikos Pitsilkas reconocería años después que perjudico a Argentina con su fallo a pesar de que su auto crítica no apunta específicamente a la última jugada. El resultado fue un subcampeonato para Argentina que no hacía justicia a su desempeño en ese Mundial. El tiempo pondría las cosas en su lugar en 2004.
Primer partido contra Serbia y gran candidato a quedarse con la medalla dorada nos ponía las cosas muy díficiles de entrada. Llegamos al final con el partido empatado en 81. Oberto le comete falta a Tomasevic quien solo emboca 1 solo de los libres. Quedan 3 segundos en el reloj de posesión. El puma Montecchia agarró la pelota, corrió por la banda izquierda dándole un pase de sobrepique a Ginobili. Con la marca encima tira ese último balón. Con la bola en el aire, yendo casi en cámara lenta, se juega el azar del que nos habla Woody. Si entra, una jugada de la que hablaremos por años y años. Si sale, los medios hablaran de que el mejor argentino no pudo con la última bola. Se preguntarían si estaban a la altura de las circunstancias y harían infinitos análisis. Pero la bola entró. Se desató la locura. Argentina ganaba 83-82 y arrancaba con la mayor confianza la búsqueda de la medalla dorada. Esta vez la pelota cayó del lado de la red del rival.
El partido fue la base para ganar la medalla dorada. Ese premio que otorgo un nombre a esta generación de jugadores. Luego de Atenas serían la Generación Dorada. Sin esta medalla probablemente en el imaginario colectivo serían una gran generación de jugadores que nos hicieron vivir grandes momentos pero no consiguieron el objetivo final. No me gusta este exitismo pero me da un respiro importante que hayamos ganado la medalla dorada. Terminó con discusiones semánticas sin sentido. Ahora todos sabemos de quien hablamos cuando se dice la Generación Dorada. Este histórico doble de Ginobili ayudó de manera descomunal a que 9 años después sigamos recordando esto.
Buen post !
ResponderEliminar